domingo, 17 de julio de 2011

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo XVI (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 13,24-43): En aquel tiempo, Jesús propuso a las gentes otra parábola, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña.

»Los siervos del amo se acercaron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’. Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto’. Dícenle los siervos: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’. Díceles: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero’».

Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: «Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo».

Entonces despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Comentario: P. Ramón LOYOLA Paternina LC (Barcelona, España)

«Algún enemigo ha hecho esto»

Hoy, Cristo. Siempre, Cristo. De Él venimos; de Él vienen todas las buenas semillas sembradas en nuestra vida. Dios nos visita —como dice el Kempis— con la consolación y con la desolación, con el sabor dulce y el amargo, con la flor y la espina, con el frío y el calor, con la belleza y el sufrimiento, con la alegría y la tristeza, con el valor y con el miedo... porque todo ha quedado redimido en Cristo (Él también tuvo miedo y lo venció). Como nos dice san Pablo, «en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28).

Todo esto está bien, pero... existe un misterio de iniquidad que no procede de Dios y que nos sobrepasa y que devasta el jardín de Dios que es la Iglesia. Y quisiéramos que Dios fuese “como” más poderoso, que estuviese más presente, que mandase más y no dejase actuar esas fuerzas desoladoras: «¿Quieres, pues, que vayamos a recoger la cizaña?» (Mt 13,28). Esto lo decía el Papa Juan Pablo II en su último libro Memoria e identidad: «Sufrimos con paciencia la misericordia de Dios», que espera hasta el último momento para ofrecer la salvación a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de su misericordia («Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega»: Mt 13,30). Y como es el Señor de la vida de cada persona y de la historia de la humanidad, mueve los hilos de nuestras existencias, respetando nuestra libertad, de modo que —junto con la prueba— nos da la gracia sobreabundante para resistir, para santificarnos, para ir hacia Él, para ser ofrenda permanente, para hacer crecer el Reino.

Cristo, divino pedagogo, nos introduce en su escuela de vida a través de cada encuentro, cada acontecimiento. Sale a nuestro paso; nos dice —No temáis. Ánimo. Yo he vencido al mundo. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin (cf. Jn 16,33; Mt 28,20). Nos dice también: —No juzguéis; más bien —como yo— esperad, confiad, rezad por los que yerran, santificadlos como miembros que os interesan mucho por ser de vuestro propio cuerpo.




COMENTARIO DE MONSEÑOR CARLOS OSOROM ARZOBISPO DE VALENCIA





VALENCIA, viernes, 15 de julio de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos el comentario que ha redactado monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia (España), a partir de los pasajes evangélicos que en estos domingos propone la liturgia (el Sembrador y la cizaña).

* * *

Cuántas veces has escuchado que el Evangelio es Buena Noticia. Pero, quizá, has oído menos veces decir que la santidad es una buena noticia. Y, como puedes comprender, la buena y la mala noticia contrastan profundamente. La buena noticia nos lleva siempre a la esperanza, a la alegría, a vivir valientemente y con coraje en medio de las dificultades de este mundo. La mala noticia nos lleva a la desesperanza, a la tristeza, a la angustia y las dificultades que tenemos en la vida se agudizan aún más. ¿Por qué te digo esto? Simple y llanamente para hablar de los santos.

La presencia de un santo en medio de nosotros nos trae presencia de la buena noticia, son buena noticia. El santo siempre es el hombre o la mujer de las bienaventuranzas, de la felicidad y la alegría sobre esta tierra, a pesar de las dificultades o de las persecuciones. Estos días atrás, cuando meditaba la parábola del sembrador, pensaba en los santos. Porque ellos son hombres y mujeres que son tierra buena. Y, ciertamente, pensaba en ti también. Porque es verdad que el sembrador tira la semilla sobre esta tierra y una parte cae en la orilla del camino, otra en terreno pedregoso, otra entre zarzas y otra en tierra buena. Sobre tu vida ha caído la semilla de la vida de Dios y ha fructificado, pues el Señor te regaló su vida por el Bautismo. Eres, pues, tierra buena. ¿Y dejas que crezca la semilla que el Señor puso en tu vida? Mira que esta tierra en la que habitamos tiene hambre de Evangelio. Y por eso tiene necesidad de santos, de hombres y mujeres que den el oxígeno del Evangelio para vivir y hacer habitable este mundo. Tú y yo podemos ser una página viva del Evangelio de Jesucristo.

Recuerdo que, cuando leía y meditaba la parábola del sembrador, pensaba en lo fácil que el Señor se presenta en la historia personal de cada uno de nosotros. Me ha dado su misma vida por el Bautismo. Me ha hecho partícipe de la vida eterna. Hace falta solamente mi respuesta positiva, desde esa tierra buena que el Señor se ha procurado que sea nuestra vida, para que fructifique la semilla que con tanto mimo puso en ella. Me imagino a un santo, totalmente impregnado por la Palabra de Dios, una impregnación que comunica con su vida, con sus gestos y acciones. ¡Qué hondura tiene la vida de un santo cuando convierte su existencia en manifestación y proximidad de Nuestro Señor Jesucristo! Un santo siempre es un icono del Evangelio.

Hoy utilizamos en infinidad de ocasiones la palabra icono. Esta palabra viene de la tradición oriental, sobre todo de la bizantina, que lo considera un elemento esencial de la liturgia y de la piedad. El icono es el Evangelio pintado, es la Palabra de Dios comunicada a través de la representación y del color. El icono nos sumerge en el mundo de la santidad de Dios. Es como una ventana sobre la Jerusalén celeste que nos abre a la contemplación y a la oración. Si esto son los iconos, ¿qué será un santo? Me atrevo a decir que es un icono del Evangelio, es decir, un hombre o una mujer que reflejan la gloria del Señor y van transformándose en su imagen con resplandor creciente, por la acción del Espíritu Santo (cf. 2 Cor 3, 18). Y es que el bautizado, que es tierra buena, está llamado a la semejanza divina. Al fin y al cabo, esto es lo que quiere decir despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo, “que sin cesar se renueva para lograr el pleno conocimiento, a imagen de Aquel que lo ha creado” (Col 3, 10). ¡Qué maravillas hace el Señor! Un bautizado recobra en Cristo la semejanza con Dios y la manifiesta allí donde vive y en todo lo que hace.

¿Por qué te invito a que seas santo? Para que seas un icono del Evangelio. Porque creo que hoy hay unas primacías en nuestro quehacer pastoral que son fundamentales y que solamente pueden hacerse realidad a través de los santos. Te voy a indicar algunas:

1. El testimonio en medio de las generaciones jóvenes: están viviendo situaciones que no son nada fáciles en este momento histórico y, precisamente por ello, se necesitan iconos del Evangelio. ¡Cuánto bien han realizado en el corazón de los jóvenes en estos últimos tiempos la Beata Madre Teresa de Calcuta y el Beato Juan Pablo II! Esta mujer y este hombre de Dios supieron captar lo que necesitaba el corazón de los jóvenes ante el aburrimiento por la falta de ideales que colmasen sus vidas. Hoy precisamos hombres y mujeres así, capaces de llegar al corazón de los jóvenes cuando están viviendo circunstancias que les llevan a abismos de una soledad muy grande, de falta de entusiasmo, con la desesperanza, además, por un futuro incierto y sin trabajo. En estos momentos, tenemos el deber de trabajar con y por la juventud, pero no de cualquier manera, sino siendo testigos fuertes del Evangelio para que marquen direcciones y sentido en sus vidas. Pidamos al Señor que nos dé vocaciones de iconos del Evangelio con capacidad de liderazgo, convivencia y comunicación con estas generaciones que tanto nos tienen que decir.

2. El testimonio de hombres y mujeres en las diversas fases de la vida: niños jóvenes, adultos, ancianos, que vayan a las regiones más marginadas de la vida humana, que no son solamente las económicas aunque tengan una vigencia muy especial en estos momentos. Ir a todos los hombres y mujeres en todas las fases de la vida para hablarles al corazón sobre la verdad de su existencia, la que Jesucristo nos ha comunicado. Ir a aquellos que están sin protagonismo, sin medios de información y de comunicación. Las marginaciones pueden venir por razones de edad, de condición étnica, de saberes, de falta de respeto a la vida desde el inicio de la misma hasta su final, de enfermedad, de vejez, de no reconocimiento de la dignidad de la persona, del matrimonio, de la familia. El Evangelio tiene que presentarse en este mundo como potencia de Dios, haciendo presente su misericordia por medio de manos fraternas y de corazón también misericordioso. Son necesarios iconos del Evangelio.

3. El testimonio de hombres y mujeres en el mundo de la inteligencia para hablar del hombre como realidad suprema y para hablar de Dios como Dios, con razón y sabiduría: necesitamos iconos del Evangelio en el mundo de la inteligencia. Hay que mostrar con valor que creer no es la alternativa a pensar, sino que, justamente, la fe es la expresión suprema de una pasión por la verdad, de la búsqueda de la raíz de todo lo que existe, de no contentarnos con la superficie de las cosas. Creer también, entre otras cosas, nos lleva siempre a pensar. Tenemos que creer en la potencia esclarecedora de la verdad que es Jesucristo. Y esto quienes mejor lo han manifestado han sido los santos.

¿Te atreves a ser santo, es decir icono del Evangelio?

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