miércoles, 30 de noviembre de 2011

HOY 30 DE NOVIEMBRE DE 2011 ES LA FESTIVIDAD DEL APÓSTOL SAN ANDRES ¿ESTAMOS DISPUESTOS A SEGUIR A JESÚS, DEJÁNDOLO TODO?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol

Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.

Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia)

«Os haré pescadores de hombres»

Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.

martes, 29 de noviembre de 2011

EVANGELIO DEL MARTES 29-11-11, Iº DE ADVIENTO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes I de Adviento

Texto del Evangelio (Lc 10,21-24): En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

Comentario: Abbé Jean GOTTIGNY (Bruselas, Bélgica)

«Te bendigo, Padre»

Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas, «Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21).

La gratitud es una de las facetas de la humildad. El arrogante considera que no debe nada a nadie. Pero para estar agradecido, primero, hay que ser capaz de descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de las primeras palabras que enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños» (Lc 10,21).

Benedicto XVI, al hablar de la actitud de adoración, afirma que ella presupone un «reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y abarca todo el ser, porque el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas».

Un alma sensible experimenta la necesidad de manifestar su reconocimiento. Es lo único que los hombres podemos hacer para responder a los favores divinos. «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta «dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo para que seamos en Él una nueva creación» (San León Magno).

lunes, 28 de noviembre de 2011

LUNES 28-11-11 PRIMERO DE ADVIENTO ¡SEÑOR NO SOY DIGNO QUE ENTRES EN MI CASA!

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes I de Adviento
Texto del Evangelio (Mt 8,5-11): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».

Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»

Hoy, Cafarnaún es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».

El centurión de Cafarnaún no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.

Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.

domingo, 27 de noviembre de 2011

INTRODUCCIÓN DEL TIEMPO DE ADVIÉNTO, POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

¡Velad!, invita Benedicto XVI


El papa introduce el tiempo de Adviento




CIUDAD DEL VATICANO, domingo 27 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Este primer domingo de Adviento, Benedicto XVI, desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico vaticano, recitó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Antes de la oración mariana, invitó a estar vigilantes y salir del letargo porque Dios llega sin avisar.

El papa indicó que el Adviento, inicio del Año litúrgico, es “un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor”.

Definió este tiempo como “estupendo” y “en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo”.

“¡Velad!”, dijo con el Evangelio de este domingo. “Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena”.

Definió al hombre como “una plantita pensante”, “dotada de libertad y responsabilidad”. Citó a Isaías, el profeta del Adviento, quien dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades”.

El papa afirmó que el profeta parece “reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre”

Un panorama en el que suceden cosas chocantes “por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos”.

El Evangelio dice, recordó Benedicto XVI: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” y concluyó afirmando que el tiempo di Adviento “viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios”.

Ver el texto completo en: http://www.zenit.org/article-41007?l=spanish.

Posteriormente, se dirigió a los peregrinos españoles en castellano: "Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española presentes en esta oración mariana. Iniciamos hoy el tiempo de Adviento que nos dispone a celebrar la venida del Señor a nuestra tierra, y que aviva también nuestra esperanza en su venida gloriosa. Este misterio nos invita a ser administradores vigilantes de la casa de Dios, que es el mundo. Invoquemos a la Virgen Madre, que nos enseñe a ser cada vez más testigos de la acción y presencia de Dios en medio de todos, y poder así recibir un día los bienes que nos tiene prometidos. Feliz domingo".


|


©

¡COMIENZA EL ADVIÉNTO! TIEMPO DE ESPERA, DOMINGO 27-11-11 1º DE ADVIENTO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo I (B) de Adviento
Texto del Evangelio (Mc 13,33-37): En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!».

Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento»

Hoy, en este primer domingo de Adviento, la Iglesia comienza a recorrer un nuevo año litúrgico. Entramos, por tanto, en unos días de especial expectación, renovación y preparación.

Jesús advierte que ignoramos «cuándo será el momento» (Mc 13,33). Sí, en esta vida hay un momento decisivo. ¿Cuándo será? No lo sabemos. El Señor ni tan sólo quiso revelar el momento en que se habría de producir el final del mundo.

En fin, todo eso nos conduce hacia una actitud de expectación y de concienciación: «No sea que llegue (...) y os encuentre dormidos» (Mc 13,36). El tiempo en esta vida es tiempo para la entrega, para la maduración de nuestra capacidad de amar; no es un tiempo para el entretenimiento. Es un tiempo de “noviazgo” como preparación para el tiempo de las “bodas” en el más allá en comunión con Dios y con todos los santos.

Pero la vida es un constante comenzar y recomenzar. El hecho es que pasamos por muchos momentos decisivos: quizá cada día, cada hora y cada minuto han de convertirse en un tiempo decisivo. Muchos o pocos, pero —en definitiva— días, horas y minutos: es ahí, en el momento concreto, donde nos espera el Señor. «En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera —este momento único, que cada uno recuerda y en el cual uno hizo claramente aquello que el Señor nos pide— es importante; pero todavía son más importantes, y más difíciles, las sucesivas conversiones» (San Josemaría).

En este tiempo litúrgico nos preparamos para celebrar el gran “advenimiento”: la venida de Nuestro Amo. “Navidad”, “Nativitas”: ¡ojalá que cada jornada de nuestra existencia sea un “nacimiento” a la vida de amor! Quizá resulte que hacer de nuestra vida una permanente “Navidad” sea la mejor manera de no dormir. ¡Nuestra Madre Santa María vela por nosotros!

sábado, 26 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 26-11-11; SÁBADO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Sábado XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,34-36): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».

Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Estad en vela (...) orando en todo tiempo»

Hoy, último día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte con meridiana claridad sobre la suerte de nuestro paso por esta vida. Si nos empeñamos, obstinadamente, en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de la vida, llegará el último día de nuestra existencia terrena tan de repente que la misma ceguera de nuestra glotonería nos impedirá reconocer al mismísimo Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la intimidad de su Amor infinito. Será algo así como lo que le ocurre a un niño malcriado: tan entretenido está con “sus” juguetes, que al final olvida el cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Cuando se da cuenta, llora desconsolado por su inesperada soledad.

El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). Vigilar y orar... El mismo aviso que les dio a sus Apóstoles la noche en que fue traicionado. La oración tiene un componente admirable de profecía, muchas veces olvidado en la predicación, es decir, de pasar del mero “ver” al “mirar” la cotidianeidad en su más profunda realidad. Como escribió Evagrio Póntico, «la vista es el mejor de todos los sentidos; la oración es la más divina de todas las virtudes». Los clásicos de la espiritualidad lo llaman “visión sobrenatural”, mirar con los ojos de Dios. O lo que es lo mismo, conocer la Verdad: de Dios, del mundo, de mí mismo. Los profetas fueron, no sólo los que “predecían lo que iba a venir”, sino también los que sabían interpretar el presente en su justa medida, alcance y densidad. Resultado: supieron reconducir la historia, con la ayuda de Dios.

Tantas veces nos lamentamos de la situación del mundo. —¿Adónde iremos a parar?, decimos. Hoy, que es el último día del tiempo ordinario, es día también de resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora de que alguien más esté dispuesto a levantarse de su embriaguez de presente y se ponga manos a la obra de un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues, ¡ánimo!, y que Dios te bendiga.

viernes, 25 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 25-11-11, VIERNES XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Lc 21,29-33): En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

Comentario: Diácono D. Evaldo PINA FILHO (Brasília, Brasil)

«Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca»

Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en el que todos los árboles "empiezan a brotar".

Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI).

La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de las promesas del Padre en Cristo Jesús.

jueves, 24 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 24-11-2011 JUEVES XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,20-28): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando veáis a Jerusalén cercada por ejércitos, sabed entonces que se acerca su desolación. Entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de la ciudad, que se alejen; y los que estén en los campos, que no entren en ella; porque éstos son días de venganza, y se cumplirá todo cuanto está escrito.

»¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Habrá, en efecto, una gran calamidad sobre la tierra, y cólera contra este pueblo; y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles, hasta que se cumpla el tiempo de los gentiles. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación».

Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)

«Cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación»

Hoy al leer este santo Evangelio, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? «En la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo» (Lc 21,25b-26a). Muchas veces, se ha representado la segunda venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, como parece ser en este Evangelio, siempre bajo el signo del miedo.

Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige el Evangelio? Fijémonos en las últimas palabras: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación, es decir, la esperanza completamente cristiana de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea. Los acontecimientos que se nos narran tan dramáticamente quieren indicar de modo simbólico la participación de toda la creación en la segunda venida del Señor, como ya participaron en la primera venida, especialmente en el momento de su pasión, cuando se oscureció el cielo y tembló la tierra. La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, ya que es una dimensión que acompaña al hombre desde que entró en el Paraíso.

La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas —nos dice el Señor mismo— «entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27). No vivamos angustiados ante la segunda venida del Señor, su Parusía: meditemos, mejor, las profundas palabras de san Agustín que, ya en su época, al ver a los cristianos atemorizados ante el retorno del Señor, se pregunta: «¿Cómo puede la Esposa tener miedo de su Esposo?».

miércoles, 23 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 23-11-11, MIÉRCOLES XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,12-19): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Comentario: Rvdo. D. Manuel COCIÑA Abella (Madrid, España)

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»

Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

martes, 22 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 22-11-11 MARTES XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIV del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 21,5-11): En aquel tiempo, como dijeran algunos acerca del Templo que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

Comentario: Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

«No quedará piedra sobre piedra»

Hoy escuchamos asombrados la severa advertencia del Señor: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21,6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de una así denominada “cultura del progreso indefinido de la humanidad” o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas tecnocientíficos y políticomilitares de la especie humana, en imparable evolución.

¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción, en último término, de una supuesta materia eterna que niega a Dios usurpándole los atributos. ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan comulgar con la finitud y precariedad que son propias de la condición humana!

Nosotros, discípulos del Hijo de Dios hecho hombre, de Jesús, escuchamos sus palabras y, haciéndolas muy nuestras, las meditamos. He aquí que nos dice: «Estad alerta, no os dejéis engañar» (Lc 21,8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que aquellos que son de la verdad escuchan su voz.

Y he aquí también que nos asevera: «El fin no es inmediato» (Lc 21,9). Lo cual quiere decir, por un lado, que disponemos de un tiempo de salvación y que nos conviene aprovecharlo; y, por otro, que, en cualquier caso, vendrá el fin. Sí, Jesús, vendrá «a juzgar a los vivos y a los muertos», tal como profesamos en el Credo.

Lectores de Contemplar el Evangelio de hoy, queridos hermanos y amigos: unos versículos más adelante del fragmento que ahora comento, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida» (Lc 21,19).

Nosotros, dándole cordial resonancia, con la energía de un himno cristiano de Cataluña, nos exhortamos los unos a los otros: «¡Perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima!».

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A SACERDOTES, RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS

SACERDOCIO SIN SANTIDAD, SIMPLE FUNCIÓN SOCIAL

Discurso de Benedicto XVI a sacerdotes, religiosos y seminaristas

OUIDAH, sábado 19 noviembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso de Benedicto XVI a los alumnos del Seminario Saint Gall, donde hay en la actualidad más de 140 candidatos al sacerdocio de Benín e de Togo, junto a sacerdotes y religiosos, también asistentes al encuentro.
*****
Señores cardenales,
monseñor N’Koué, responsable de la formación sacerdotal,
queridos hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
queridos religiosos y religiosas,
queridos seminaristas y queridos fieles laicos,
Gracias monseñor N’Koué por las hermosas palabras que me ha dirigido, y gracias también, querido seminarista, por las tuyas tan acogedoras y deferentes. Es para mí una gran alegría encontrarme de nuevo, en medio de vosotros, en Ouidah, y particularmente en este seminario puesto bajo la protección de santa Juana de Arco y dedicado a san Galo, hombre de virtudes brillantes, monje deseoso de perfección, pastor lleno de dulzura y humildad. ¿Qué más noble que tener como modelo su figura, así como la de monseñor Louis Parisot, apóstol infatigable de los pobres y promotor del clero local, la del padre Thomas Moulero, primer sacerdote del Dahomey de antaño, y la del cardenal Bernardin Gantin, hijo eminente de vuestra tierra y humilde servidor de la Iglesia?
Nuestro encuentro de esta mañana me ofrece la ocasión para expresaros directamente mi gratitud por vuestro compromiso pastoral. Doy gracias a Dios por vuestro celo, no obstante las condiciones a veces difíciles en las que estáis llamados a testimoniar su amor. Y le doy gracias también por tantos hombres y mujeres que han anunciado el Evangelio en la tierra de Benín, así como en toda África.
Dentro de poco firmaré la exhortación apostólica postsinodal Africae Munus. En ella se aborda el tema de la paz, la justicia y la reconciliación. Estos tres valores se imponen como un ideal evangélico fundamental en la vida bautismal y requieren una sana aceptación de vuestra identidad de sacerdotes, consagrados y fieles laicos.
Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.
Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es una seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo (cf. Flp 1,21), y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo (cf. Rm 13,8). Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.
Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana – si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación – debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de 60 años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.
En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas «iglesias domésticas». Gracias a la fuerza de la oración, «se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más» (Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en el rezo del santo rosario con ocasión del VI Encuentro Mundial de las Familias en Ciudad de México, 17 de enero de 2009, 3). Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuis a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales. Y me complace recordar aquí que el papa Juan Pablo II fundó hace 10 años en Cotonou, en un instituto que lleva su nombre, una sección para el África francófona, con el fin de contribuir a la reflexión y pastoral sobre el matrimonio y la familia. Finalmente, exhorto especialmente a los catequistas, estos valientes misioneros en el corazón de las realidades más humildes, a ofrecer siempre, con una esperanza y determinación indefectibles, su ayuda singular y del todo necesaria para la propagación de la fe en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia (cf. Ad Gentes, 17).
Para concluir mi encuentro con vosotros, quisiera exhortaros a una fe auténtica y viva, fundamento inquebrantable de una vida cristiana santa y al servicio de la edificación de un mundo nuevo. El amor por el Dios revelado y por su Palabra, el amor por los sacramentos y por la Iglesia, son un antídoto eficaz contra los sincretismos que extravían. Este amor favorece una justa integración de los valores auténticos de las culturas en la fe cristiana. Libera del ocultismo y vence los espíritus maléficos, porque se mueve por la potencia misma de la Santa Trinidad. Vivido profundamente, este amor es también un fermento de comunión que rompe todas las barreras, favoreciendo así la edificación de una Iglesia en la que no haya segregación entre los bautizados, pues todos son uno en Cristo Jesús (cf. Ga 3, 28). Con gran confianza, cuento con cada uno de vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y fieles laicos, para hacer vivir esta Iglesia. En prenda de mi cercanía espiritual y paternal, y confiándoos a la Virgen María, invoco sobre todos vosotros, vuestros familiares, los jóvenes y los enfermos, la abundancia de las bendiciones divinas.
(En lengua fon) ¡Que el Señor os colme de sus gracias!


lunes, 21 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 21-11-11 LUNES XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXIV del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 21,1-4): En aquel tiempo, alzando la mirada, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en el arca del Tesoro; vio también a una viuda pobre que echaba allí dos moneditas, y dijo: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir».

Comentario: Rev. D. Àngel Eugeni PÉREZ i Sánchez (Barcelona, España)

«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»

Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

domingo, 20 de noviembre de 2011

HOY DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO, FESTIVIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo XXXIV del tiempo ordinario: Jesucristo, Rey del Universo (A)

Texto del Evangelio (Mt 25,31-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

»Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?’. ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’. Y el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis’.

»Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis’. Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’. Y Él entonces les responderá: ‘En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo’. E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna».

Comentario: P. Antoni POU OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)

«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

Hoy, Jesús nos habla del juicio definitivo. Y con esa ilustración metafórica de ovejas y cabras, nos hace ver que se tratará de un juicio de amor. «Seremos examinados sobre el amor», nos dice san Juan de la Cruz.

Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «(…) Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.

Jesús nos muestra que el sentido de la realeza -o potestad- es el servicio a los demás. Él afirmó de sí mismo que era Maestro y Señor (cf. Jn 13,13), y también que era Rey (cf. Jn 18,37), pero ejerció su maestrazgo lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13,4 ss.), y reinó dando su vida. Jesucristo reina, primero, desde una humilde cuna (¡un pesebre!) y, después, desde un trono muy incómodo, es decir, la Cruz.

Encima de la cruz estaba el cartel que rezaba «Jesús Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19): lo que la apariencia negaba era confirmado por la realidad profunda del misterio de Dios, ya que Jesús reina en su Cruz y nos juzga en su amor. «Seremos examinados sobre el amor».

sábado, 19 de noviembre de 2011

RESUMEN MAGISTRAL DEL PAPA EN BENIN, PUBLICADO POR RELIGIÓN EN LIBERTAD. COM

Cuatro párrafos sin desperdicio

Otro resumen magistral del Papa en Benin para ponerle las pilas a toda la Iglesia



Sacerdotes, religiosos, seminaristas, laicos: todos ellos, destinatarios de la conocida capacidad de Benedicto XVI para sintetizar. Joseph Ratzinger sacó el profesor que lleva dentro y durante su encuentro, en el seminario San Galo de la ciudad de Ouidah, con 140 seminaristas de Togo y Benin que cursan allí sus estudios, dejó, dentro de su discurso, cuatro párrafos, uno por cada uno de los estados de vida citados, que no valen sólo para Benin: son piezas magistralmente cortas que definen con brevedad y claridad los fines y los medios que unos y otros deben tener presentes para responder al plan de Dios.

En la capilla del seminario, Benedicto XVI se detuvo a rezar ante la tumba del cardenal Bernardin Gantin (1922-2008), el primer obispo africano que ocupó un dicasterio en la Curia Romana, y nada menos que la Congregación para los Obispos. Fue además decano del Colegio Cardenalicio entre 1993 y 2002, cuando le sustituyó precisamente el cardenal Ratzinger.

Cuatro párrafos esenciales

A continuación reproducimos en su integridad los cuatro párrafos extraídos del discurso que pronunció después ante los cardenales presentes, todo el cuerpo profesoral del centro, e incluso algunos enfermos de lepra atendidos en la zona por instituciones de la Iglesia.

«Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.

»Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo, y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo. Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.

»Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de sesenta años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.

»En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas "iglesias domésticas". Gracias a la fuerza de la oración, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más. Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales».

EVANGELIO DE HOY 19-11-11 SÁBADO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Sábado XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 20,27-40): En aquel tiempo, acercándose a Jesús algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer».

Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven».

Algunos de los escribas le dijeron: «Maestro, has hablado bien». Pues ya no se atrevían a preguntarle nada.

Comentario: Rev. D. Ramon CORTS i Blay (Barcelona, España)

«No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven»

Hoy, la Palabra de Dios nos habla del tema capital de la resurrección de los muertos. Curiosamente, como los saduceos, también nosotros no nos cansamos de formular preguntas inútiles y fuera de lugar. Queremos solucionar las cosas del más allá con los criterios de aquí abajo, cuando en el mundo que está por venir todo será diferente: «Los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido» (Lc 20,35). Partiendo de criterios equivocados llegamos a conclusiones erróneas.

Si nos amáramos más y mejor, no se nos antojaría extraño que en el cielo no haya el exclusivismo del amor que vivimos en la tierra, totalmente comprensible a causa de nuestra limitación, que nos dificulta el poder salir de nuestros círculos más próximos. Pero en el cielo nos amaremos todos y con un corazón puro, sin envidias ni recelos, y no solamente al esposo o a la esposa, a los hijos o a los de nuestra sangre, sino a todo el mundo, sin excepciones ni discriminaciones de lengua, nación, raza o cultura, ya que el «amor verdadero alcanza una gran fuerza» (San Paulino de Nola).

Nos hace un gran bien escuchar estas palabras de la Escritura que salen de los labios de Jesús. Nos hace bien, porque nos podría ocurrir que, agitados por tantas cosas que no nos dejan ni tiempo para pensar e influidos por una cultura ambiental que parece negar la vida eterna, llegáramos a estar tocados por la duda respecto a la resurrección de los muertos. Sí, nos hace un gran bien que el Señor mismo sea el que nos diga que hay un futuro más allá de la destrucción de nuestro cuerpo y de este mundo que pasa: «Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven» (Lc 20,37-38).

viernes, 18 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 18-11-11, CORRESPONDIENTE AL VIERNES XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,45-48): En aquel tiempo, entrando Jesús en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: «Está escrito: ‘Mi casa será casa de oración’. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!». Enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y también los notables del pueblo buscaban matarle, pero no encontraban qué podrían hacer, porque todo el pueblo le oía pendiente de sus labios.

Comentario: P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)

«Mi casa será casa de oración»

Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar, en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía poéticamente: «Et antiquum documentum / novo cedat ritui» (Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).

El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).

En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.

jueves, 17 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY 17-11-2011, CORRESPONDIENTE AL JUEVES XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXIII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 19,41-44): En aquel tiempo, Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Comentario: Rev. D. Blas RUIZ i López (Ascó, Tarragona, España)

«¡Si (...) tú conocieras en este día el mensaje de paz!»

Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 16-11-2011; XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO ¿COMO ESTÁS USANDO LO QUE DIOS HA DEPOSITADO EN TI?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Miércoles XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,11-28): En aquel tiempo, Jesús estaba cerca de Jerusalén y añadió una parábola, pues los que le acompañaban creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro. Dijo pues: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y volverse. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: ‘Negociad hasta que vuelva’. Pero sus ciudadanos le odiaban y enviaron detrás de él una embajada que dijese: ‘No queremos que ése reine sobre nosotros’.

»Y sucedió que, cuando regresó, después de recibir la investidura real, mandó llamar a aquellos siervos suyos, a los que había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. Se presentó el primero y dijo: ‘Señor, tu mina ha producido diez minas’. Le respondió: ‘¡Muy bien, siervo bueno!; ya que has sido fiel en lo mínimo, toma el gobierno de diez ciudades’. Vino el segundo y dijo: ‘Tu mina, Señor, ha producido cinco minas’. Dijo a éste: ‘Ponte tú también al mando de cinco ciudades’. Vino el otro y dijo: ‘Señor, aquí tienes tu mina, que he tenido guardada en un lienzo; pues tenía miedo de ti, que eres un hombre severo; que tomas lo que no pusiste, y cosechas lo que no sembraste’. Dícele: ‘Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré; pues, ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses’.

»Y dijo a los presentes: ‘Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas’. Dijéronle: ‘Señor, tiene ya diez minas’. ‘Os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí’».

Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.

Comentario: P. Pere SUÑER i Puig SJ (Barcelona, España)

«Negociad hasta que vuelva»

Hoy, el Evangelio nos propone la parábola de las minas: una cantidad de dinero que aquel noble repartió entre sus siervos, antes de marchar de viaje. Primero, fijémonos en la ocasión que provoca la parábola de Jesús. Él iba “subiendo” a Jerusalén, donde le esperaba la pasión y la consiguiente resurrección. Los discípulos «creían que el Reino de Dios aparecería de un momento a otro» (Lc 19,11). Es en estas circunstancias cuando Jesús propone esta parábola. Con ella, Jesús nos enseña que hemos de hacer rendir los dones y cualidades que Él nos ha dado, mejor dicho, que nos ha dejado a cada uno. No son “nuestros” de manera que podamos hacer con ellos lo que queramos. Él nos los ha dejado para que los hagamos rendir. Quienes han hecho rendir las minas —más o menos— son alabados y premiados por su Señor. Es el siervo perezoso, que guardó el dinero en un pañuelo sin hacerlo rendir, el que es reprendido y condenado.

El cristiano, pues, ha de esperar —¡claro está!— el regreso de su Señor, Jesús. Pero con dos condiciones, si se quiere que el encuentro sea amistoso. La primera es que aleje la curiosidad malsana de querer saber la hora de la solemne y victoriosa vuelta del Señor. Vendrá, dice en otro lugar, cuando menos lo pensemos. ¡Fuera, por tanto, especulaciones sobre esto! Esperamos con esperanza, pero en una espera confiada sin malsana curiosidad. La segunda es que no perdamos el tiempo. La espera del encuentro y del final gozoso no puede ser excusa para no tomarnos en serio el momento presente. Precisamente, porque la alegría y el gozo del encuentro final será tanto mejor cuanto mayor sea la aportación que cada uno haya hecho por la causa del reino en la vida presente.

No falta, tampoco aquí, la grave advertencia de Jesús a los que se rebelan contra Él: «Aquellos enemigos míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí» (Lc 19,27).

martes, 15 de noviembre de 2011

HOY MARTES 15-11-11 ES EL XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO ¿QUE HACES PARA VER A JESÚS?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 19,1-10): En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.

Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».

Comentario: Rev. D. Enric RIBAS i Baciana (Barcelona, España)

«El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido»

Hoy, Zaqueo soy yo. Este personaje era rico y jefe de publicanos; yo tengo más de lo que necesito y quizás muchas veces actúo como un publicano y me olvido de Cristo. Jesús, entre la multitud, busca a Zaqueo; hoy, en medio de este mundo, me busca a mí precisamente: «Baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa» (Lc 19,5).

Zaqueo desea ver a Jesús; no lo conseguirá si no se esfuerza y sube al árbol. ¡Quisiera yo ver tantas veces la acción de Dios!, pero no sé si verdaderamente estoy dispuesto a hacer el ridículo obrando como Zaqueo. La disposición del jefe de publicanos de Jericó es necesaria para que Jesús pueda actuar; y, si no se apremia, quizás pierda la única oportunidad de ser tocado por Dios y, así, ser salvado. Quizás yo he tenido muchas ocasiones de encontrarme con Jesús y quizás ya va siendo hora de ser valiente, de salir de casa, de encontrarme con Él y de invitarle a entrar en mi interior, para que Él pueda decir también de mí: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9-10).

Zaqueo deja entrar a Jesús en su casa y en su corazón, aunque no se sienta muy digno de tal visita. En él, la conversión es total: empieza con la renuncia a la ambición de riquezas, continúa con el propósito de compartir sus bienes y acaba con la resolución de hacer justicia, corrigiendo los pecados que ha cometido. Quizás Jesús me está pidiendo algo similar desde hace tiempo, pero yo no quiero escucharle y hago oídos sordos; necesito convertirme.

Decía san Máximo: «Nada hay más querido y agradable a Dios como que los hombres se conviertan a Él con un arrepentimiento sincero». Que Él me ayude hoy a hacerlo realidad.

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL SANTO PADRE NOS DICE QUE EL VOLUNTARIADO ES MOTIVO DE CONFIANZA EN ÉPOCA DE CRISIS

VOLUNTARIADO: MOTIVO DE CONFIANZA EN EPOCA DE CRISIS



CIUDAD DEL VATICANO, 11 NOV 2011 (VIS).-El Papa recibió esta mañana a los obispos responsables de la pastoral caritativa y a los representantes de los organismos caritativos de la Unión Europea que participan en el encuentro promovido por el Pontificio Consejo Cor Unum, con motivo del Año Europeo del Voluntariado.



"En estos momentos caracterizados por la crisis y la incertidumbre -dijo el Santo Padre-, vuestro compromiso es motivo de confianza, ya que demuestra que el bien existe y crece entre nosotros (...). Para los cristianos, el voluntariado no es sencillamente una expresión de buena voluntad. Se basa en su experiencia personal de Cristo, (...) cuya gracia nos ayuda a descubrir dentro de nosotros el deseo humano de solidaridad y la fundamental vocación al amor (...). También nos convertimos en instrumentos visibles del amor de Cristo en un mundo que anhela ese amor en medio de la pobreza, la soledad, la marginación y la ignorancia que nos rodea".



"Desde luego el voluntariado católico no puede responder a todas esas necesidades, pero no debemos desanimarnos (...). Lo poco que hagamos para aliviar las necesidades de las personas será percibido como la semilla que crecerá y dará fruto; como un signo de la presencia y el amor de Cristo (...). Esta es la naturaleza del testimonio que podéis brindar, con humildad y decisión, a la sociedad civil", observó el pontífice, puntualizando: "Si el deber de las autoridades públicas es tomar acto y apreciar vuestra aportación sin manipularla, vuestro papel como cristianos es ser parte activa en la vida de la sociedad, intentando hacerla más humana y caracterizada cada vez más por la libertad, la justicia y la solidaridad verdaderas".



Benedicto XVI recordó que su encuentro con los participantes en la reunión de "Cor Unum" coincidía con la memoria litúrgica de San Martín de Tours, representado habitualmente en el acto de compartir su manto con un pobre, y considerado modelo de caridad en Europa y en todo el mundo. "En nuestra época, el voluntariado como servicio de caridad ha pasado a ser un elemento universalmente reconocido de la cultura moderna. Sin embargo, -afirmó el Santo Padre- sus orígenes pueden verse en el interés cristiano por salvaguardar, sin discriminación, la dignidad de la persona creada a imagen y semejanza de Dios. Si esas raíces espirituales se niegan o se esconden y el criterio de nuestra colaboración pasa a ser puramente utilitario, la característica del servicio que prestáis corre el peligro de perderse, en detrimento de la entera sociedad".



El Papa finalizó su discurso invitando a los jóvenes a descubrir en el voluntariado "el valor de la entrega que da a la vida su significado más profundo".

AC/ VIS 20111111 (450)

EVANGELIO DEL LUNES XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, 14-11-11 ¡SEÑOR QUE VEA!

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 18,35-43): En aquel tiempo, sucedió que, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?». Él dijo: «¡Señor, que vea!». Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)

«Tu fe te ha salvado»

Hoy, el ciego Bartimeo (cf. Mc 10,46) nos provee toda una lección de fe, manifestada con franca sencillez ante Cristo. ¡Cuántas veces nos iría bien repetir la misma exclamación de Bartimeo!: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» (Lc 18,37). ¡Es tan provechoso para nuestra alma sentirnos indigentes! El hecho es que lo somos y que, desgraciadamente, pocas veces lo reconocemos de verdad. Y..., claro está: hacemos el ridículo. Así nos lo advierte san Pablo: «¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1Cor 4,7).

A Bartimeo no le da vergüenza sentirse así. En no pocas ocasiones, la sociedad, la cultura de lo que es “políticamente correcto”, querrán hacernos callar: con Bartimeo no lo consiguieron. Él no se “arrugó”. A pesar de que «le increpaban para que se callara, (...) él gritaba mucho más: ‘¡Hijo de David, ten compasión de mí!’» (Lc 19,39). ¡Qué maravilla! Da ganas de decir: —Gracias, Bartimeo, por este ejemplo.

Y vale la pena hacerlo como él, porque Jesús escucha. ¡Y escucha siempre!, por más jaleo que algunos organicen a nuestro alrededor. La confianza sencilla —sin miramientos— de Bartimeo desarma a Jesús y le roba el corazón: «Mandó que se lo trajeran y (...) le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» (Lc 18,40-41). Delante de tanta fe, ¡Jesús no se anda con rodeos! Y... Bartimeo tampoco: «¡Señor, que vea!» (Lc 18,41). Dicho y hecho: «Ve. Tu fe te ha salvado» (Lc 18,42). Resulta que «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa» (San Ambrosio), es decir, lo puede todo.

Él lo es todo; Él nos lo da todo. Entonces, ¿qué otra cosa podemos hacer ante Él, sino darle una respuesta de fe? Y esta “respuesta de fe” equivale a “dejarse encontrar” por este Dios que —movido por su afecto de Padre— nos busca desde siempre. Dios no se nos impone, pero pasa frecuentemente muy cerca de nosotros: aprendamos la lección de Bartimeo y... ¡no lo dejemos pasar de largo!

domingo, 13 de noviembre de 2011

EVANGELIO CORRESPONDIENTE AL DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo XXXIII (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 25,14-30): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó.

»Enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor.

»Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

»Llegándose también el de los dos talentos dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado’. Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor’.

»Llegándose también el que había recibido un talento dijo: ‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo’. Mas su señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes’».

Comentario: P. Antoni POU OSB Monje de Montserrat (Montserrat, Barcelona, España)

«A todo el que tiene, se le dará y le sobrará»

Hoy, Jesús nos narra otra parábola del juicio. Nos acercamos a la fiesta del Adviento y, por tanto, el final del año litúrgico está cerca.

Dios, dándonos la vida, nos ha entregado también unas posibilidades -más pequeñas o más grandes- de desarrollo personal, ético y religioso. No importa si uno tiene mucho o poco, lo importante es que se ha de hacer rendir lo que hemos recibido. El hombre de nuestra parábola, que esconde su talento por miedo al amo, no ha sabido arriesgarse: «El que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor» (Mt 25,18). Quizá el núcleo de la parábola pueda ser éste: hemos de tener la concepción de un Dios que nos empuja a salir de nosotros mismos, que nos anima a vivir la libertad por el Reino de Dios.

La palabra "talento" de esta parábola -que no es nada más que un peso que denota la cantidad de 30 Kg de plata- ha hecho tanta fortuna, que incluso ya se la emplea en el lenguaje popular para designar las cualidades de una persona. Pero la parábola no excluye que los talentos que Dios nos ha dado no sean sólo nuestras posibilidades, sino también nuestras limitaciones. Lo que somos y lo que tenemos, eso es el material con el que Dios quiere hacer de nosotros una nueva realidad.

La frase «a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará» (Mt 25,29), no es, naturalmente, una máxima para animar al consumo, sino que sólo se puede entender a nivel de amor y de generosidad. Efectivamente, si correspondemos a los dones de Dios confiando en su ayuda, entonces experimentaremos que es Él quien da el incremento: «Las historias de tantas personas sencillas, bondadosas, a las que la fe ha hecho buenas, demuestran que la fe produce efectos muy positivos (…). Y, al revés: también hemos de constatar que la sociedad, con la evaporación de la fe, se ha vuelto más dura…» (Benedicto XVI).

sábado, 12 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY SÁBADO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO ¿ESTAS CONVENCIDO QUE SOLO LA ORACIÓN VENCE A DIOS?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Sábado XXXII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 18,1-8): En aquel tiempo, Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’».

Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?».

Comentario: Rev. D. Joan FARRÉS i Llarisó (Rubí, Barcelona, España)

«Es preciso orar siempre sin desfallecer»

Hoy, en los últimos días del año litúrgico, Jesús nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo los padres y madres de familia esperan que —¡todos los días!— sus hijos les digan algo, que les muestren su afecto amoroso.

Dios, que es Padre de todos, también lo espera. Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos que hablar con Dios es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra creencia en Él, también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre manifestación de nuestro amor.

A fin de que nuestra oración sea perseverante y confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor o dando gracias, o reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—, implorando la misericordia de Dios, pero la mayoría de las veces será de petición de alguna gracia o favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese Alguien la pena o la preocupación, ya será la consecución de algo, y seguramente —aunque no de inmediato, sino en el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche?» (Lc 18,7).

San Juan Clímaco, a propósito de esta parábola evangélica, dice que «aquel juez que no temía a Dios, cede ante la insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios hará justicia al alma, viuda de Él por el pecado, frente al cuerpo, su primer enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger nuestras súplicas».

Perseverancia en orar, confianza en Dios. Decía Tertuliano que «sólo la oración vence a Dios».

viernes, 11 de noviembre de 2011

EVANGELIO CORRESPONDIENTE AL 11-11-2011, VIERNES XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,26-37): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.

»Aquel día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». Y le dijeron: «¿Dónde, Señor?». Él les respondió: «Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres».

Comentario: Rev. D. Enric PRAT i Jordana (Sort, Lleida, España)

«Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará»

Hoy, en el contexto predominante de una cultura materialista, muchos actúan como en tiempos de Noé: «Comían, bebían, tomaban mujer o marido» (Lc 17,28); o como los coetáneos de Lot que «(…) compraban, vendían, plantaban, construían» (Lc 17,28). Con una visión tan miope, la aspiración suprema de muchos se reduce a su propia vida física temporal y, en consecuencia, todo su esfuerzo se orienta a conservar esa vida, a protegerla y enriquecerla.

En el fragmento del Evangelio que estamos comentando, Jesús quiere salir al paso de esta concepción fragmentaria de la vida que mutila al ser humano y lo lleva a la frustración. Y lo hace mediante una sentencia seria y contundente, capaz de remover las conciencias y de obligar al planteamiento de preguntas fundamentales: «Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará» (Lc 17,33). Meditando sobre esta enseñanza de Jesucristo, dice san Agustín: «¿Qué decir, pues? ¿Perecerán todos los que hacen estas cosas, es decir, quienes se casan, plantan viñas y edifican? No ellos, sino quienes presumen de esas cosas, quienes anteponen esas cosas a Dios, quienes están dispuestos a ofender a Dios al instante por tales cosas».

De hecho, ¿quién pierde la vida por haberla querido conservar sino aquel que ha vivido exclusivamente en la carne, sin dejar aflorar el espíritu; o aún más, aquel que vive ensimismado, ignorando por completo a los demás? Porque es evidente que la vida en la carne se ha de perder necesariamente, y que la vida en el espíritu, si no se comparte, se debilita.

Toda vida, por ella misma, tiende naturalmente al crecimiento, a la exuberancia, a la fructificación y la reproducción. Por el contrario, si se la secuestra y se la recluye en el intento de poseerla codiciosa y exclusivamente, se marchita, se esteriliza y muere. Por este motivo, todos los santos, tomando como modelo a Jesús, que vivió intensamente para Dios y para los hombres, han dado generosamente su vida de multiformes maneras al servicio de Dios y de sus semejantes.

jueves, 10 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY JUEVES XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO ¿BUSCAMOS EL REINO DE DIOS? ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Jueves XXXII del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 17,20-25): En aquel tiempo, los fariseos preguntaron a Jesús cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque el Reino de Dios ya está entre vosotros».

Dijo a sus discípulos: «Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: ‘Vedlo aquí, vedlo allá’. No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación».

Comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)

«El Reino de Dios ya está entre vosotros»

Hoy, los fariseos preguntan a Jesús una cosa que ha interesado siempre con una mezcla de interés, curiosidad, miedo...: ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios? ¿Cuándo será el día definitivo, el fin del mundo, el retorno de Cristo para juzgar a los vivos y a los difuntos en el juicio final?

Jesús dijo que eso es imprevisible. Lo único que sabemos es que vendrá súbitamente, sin avisar: será «como relámpago fulgurante» (Lc 17,24), un acontecimiento repentino y, a la vez, lleno de luz y de gloria. En cuanto a las circunstancias, la segunda llegada de Jesús permanece en el misterio. Pero Jesús nos da una pista auténtica y segura: desde ahora, «el Reino de Dios ya está entre vosotros» (Lc 17,21). O bien: «dentro de vosotros».

El gran suceso del último día será un hecho universal, pero ocurre también en el pequeño microcosmos de cada corazón. Es ahí donde se ha de ir a buscar el Reino. Es en nuestro interior donde está el Cielo, donde hemos de encontrar a Jesús.

Este Reino, que comenzará imprevisiblemente “fuera”, puede comenzar ya ahora “dentro” de nosotros. El último día se configura ahora ya en el interior de cada uno. Si queremos entrar en el Reino el día final, hemos de hacer entrar ahora el Reino dentro de nosotros. Si queremos que Jesús en aquel momento definitivo sea nuestro juez misericordioso, hagamos que Él ahora sea nuestro amigo y huésped interior.

San Bernardo, en un sermón de Adviento, habla de tres venidas de Jesús. La primera venida, cuando se hizo hombre; la última, cuando vendrá como juez. Hay una venida intermedia, que es la que tiene lugar ahora en el corazón de cada uno. Es ahí donde se hacen presentes, a nivel personal y de experiencia, la primera y la última venida. La sentencia que pronunciará Jesús el día del Juicio, será la que ahora resuene en nuestro corazón. Aquello que todavía no ha llegado, es ya ahora una realidad.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

EL EVANGELIO DE HOY ES EL DEDICADO A LA BASÍLICA DEL LATERA NO EN ROMA

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: 9 de Noviembre: Dedicación de la Basílica del Laterano en Roma

Texto del Evangelio (Jn 2,13-22): Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado». Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.

Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?». Jesús les respondió: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero Él hablaba del Santuario de su cuerpo. Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.

Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)

«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»

Hoy, en esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas, entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.

San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene en la Basílica Lateranense su catedral.

Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2,19). Gracias a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla usándola como un medio.

martes, 8 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY MARTES XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Martes XXXII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 17,7-10): En aquel tiempo, el Señor dijo: «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: ‘Pasa al momento y ponte a la mesa?’. ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?’. ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’».

Comentario: Rev. D. Jaume AYMAR i Ragolta (Badalona, Barcelona, España)

«Hemos hecho lo que debíamos hacer»

Hoy, la atención del Evangelio no se dirige a la actitud del amo, sino a la de los siervos. Jesús invita a sus apóstoles, mediante el ejemplo de una parábola a considerar la actitud de servicio: el siervo tiene que cumplir su deber sin esperar recompensa: «¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?» (Lc 17,9). No obstante, ésta no es la última lección del Maestro acerca del servicio. Jesús dirá más adelante a sus discípulos: «En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no conoce lo que hace su señor. Desde ahora os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre» (Jn 15,15). Los amigos no pasan cuentas. Si los siervos tienen que cumplir con su deber, mucho más los apóstoles de Jesús, sus amigos, debemos cumplir la misión encomendada por Dios, sabiendo que nuestro trabajo no merece recompensa alguna, porque lo hacemos gozosamente y porque todo cuanto tenemos y somos es un don de Dios.

Para el creyente todo es signo, para el que ama todo es don. Trabajar para el Reino de Dios es ya nuestra recompensa; por eso, no debemos decir con tristeza ni desgana: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10), sino con la alegría de aquel que ha sido llamado a transmitir el Evangelio.

En estos días tenemos presente también la fiesta de un gran santo, de un gran amigo de Jesús, muy popular en Cataluña, san Martín de Tours, que dedicó su vida al servicio del Evangelio de Cristo. De él escribió Sulpicio Severo: «Hombre extraordinario, que no fue doblegado por el trabajo ni vencido por la misma muerte, no tuvo preferencia por ninguna de las dos partes, ¡no temió a la muerte, no rechazó la vida! Levantados sus ojos y sus manos hacia el cielo, su espíritu invicto no dejaba de orar». En la oración, en el diálogo con el Amigo, hallamos, efectivamente, el secreto y la fuerza de nuestro servicio.

lunes, 7 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY LUNES 7-11-11; XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO¿CUAL ES NUESTRA CAPACIDAD DE AMOR? ¿ESTAMOS DISPUESTOS A PERDONAR SIEMPRE?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Lunes XXXII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 17,1-6): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Cuidaos de vosotros mismos.

»Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces se vuelve a ti, diciendo: ‘Me arrepiento’, le perdonarás».

Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe». El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido».

Comentario: Rev. D. Pedro-José YNARAJA i Díaz (El Montanyà, Barcelona, España)

«Si peca contra ti siete veces al día (...), le perdonarás»

Hoy, el Evangelio nos habla de tres temas importantes. En primer lugar, de nuestra actitud ante los niños. Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.

Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende; la palabra griega usada por el evangelista fue “skandalon”, que significa objeto que hace tropezar o resbalar, una piedra en el camino o una piel de plátano, para entendernos. Al niño hay que tenerle mucho respeto, y ¡ay de aquél que de cualquier manera le inicie en el pecado! (cf. Lc 17,1). Jesús le anuncia un castigo tremendo y lo hace con una imagen muy elocuente. Todavía se ven en Tierra Santa piedras de molino antiguas; son una especie de grandes diávolos (se parecen también, en mayor tamaño, a los collares que se ponen en el cuello a los traumatizados). Introducir la piedra en el escandalizador y echarlo al agua expresa un terrible castigo. Jesús utiliza un lenguaje casi de humor negro. ¡Pobres de nosotros si dañamos a los niños! ¡Pobres de nosotros si les iniciamos en el pecado! Y hay muchas formas de perjudicarlos: mentir, ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfarán su vanidad...

En segundo lugar, el perdón. Jesús nos pide que perdonemos tantas veces como sea necesario, y aún en el mismo día, si el otro está arrepentido, aunque nos escueza el alma: «Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale» (Lc 17,3). El termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar.

En tercer lugar, la fe: más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano), es un “estado de ánimo”, fruto de la experiencia de Dios, de poder obrar contando con su confianza. «La fe es el principio de la verdadera vida», dice san Ignacio de Antioquía. Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, así lo expresa el Señor al decir: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: ‘Arráncate y plántate en el mar’, y os habría obedecido» (Lc 17,6).

domingo, 6 de noviembre de 2011

EVANGELIO DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO ¿PERTENECEMOS A LAS VÍRGENES PRUDENTES O A LAS NECIAS?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Domingo XXXII (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 25,1-13): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron.

»Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: ‘Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan’. Pero las prudentes replicaron: ‘No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis’. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

»Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: ‘¡Señor, señor, ábrenos!’. Pero él respondió: ‘En verdad os digo que no os conozco’. Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora».

Comentario: Rev. P. Anastacio URQUIZA Fernández MCIU (Monterrey, México)

«¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!»

Hoy, se nos invita a reflexionar sobre el fin de la existencia; se trata de una advertencia del Buen Dios acerca de nuestro fin último; no juguemos, pues, con la vida. «El Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio» (Mt 25,1). El final de cada persona dependerá del camino que se escoja; la muerte es consecuencia de la vida -prudente o necia- que se ha llevado en este mundo. Muchachas necias son las que han escuchado el mensaje de Jesús, pero no lo han llevado a la práctica. Muchachas prudentes son las que lo han traducido en su vida, por eso entran al banquete del Reino.

La parábola es una llamada de atención muy seria. «Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora» (Mt 25,13). No dejen que nunca se apague la lámpara de la fe, porque cualquier momento puede ser el último. El Reino está ya aquí. Enciendan las lámparas con el aceite de la fe, de la fraternidad y de la caridad mutua. Nuestros corazones, llenos de luz, nos permitirán vivir la auténtica alegría aquí y ahora. Los que viven a nuestro alrededor se verán también iluminados y conocerán el gozo de la presencia del Novio esperado. Jesús nos pide que nunca nos falte ese aceite en nuestras lámparas.

Por eso, cuando el Concilio Vaticano II, que escoge en la Biblia las imágenes de la Iglesia, se refiere a esta comparación del novio y la novia, y pronuncia estas palabras: «La Iglesia es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado, a la que Cristo amó y se entregó por ella para santificarla, la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y la cuida. A ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí y sumisa por el amor y la fidelidad».

sábado, 5 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY SÁBADO 05-11-2011; XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO ¿A QUIEN SERVIMOS?

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Sábado XXXI del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Lc 16,9-15): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero».

Estaban oyendo todas estas cosas los fariseos, que eran amigos del dinero, y se burlaban de Él. Y les dijo: «Vosotros sois los que os la dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es estimable para los hombres, es abominable ante Dios».

Comentario: Rev. D. Joaquim FORTUNY i Vizcarro (Cunit, Tarragona, España)

«El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho»

Hoy, Jesús habla de nuevo con autoridad: usa el «Yo os digo», que tiene una fuerza peculiar, de doctrina nueva. «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (cf. 1Tim 2,4). Dios nos quiere santos y nos señala hoy unos puntos necesarios para alcanzar la santidad y estar en posesión de lo “verdadero”: la fidelidad en lo pequeño, la autenticidad y el no perder de vista que Dios conoce nuestros corazones.

La fidelidad en lo pequeño está a nuestro alcance. Nuestras jornadas suelen estar configuradas por lo que llamamos “la normalidad”: el mismo trabajo, las mismas personas, unas prácticas de piedad, la misma familia... En estas realidades ordinarias es donde debemos realizarnos como personas y crecer en santidad. «El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho» (Lc 16,10). Es preciso realizar bien todas las cosas, con una intención recta, con el deseo de agradar a Dios, nuestro Padre; hacer las cosas por amor tiene un gran valor y nos prepara para recibir “lo verdadero”. ¡Qué bellamente lo expresaba san Josemaría!: «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles. Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!».

Examinar bien nuestra conciencia cada noche nos ayudará a vivir con rectitud de intención y a no perder nunca de vista que Dios lo ve todo, hasta los pensamientos más ocultos, como aprendimos en el catecismo, y que lo importante es agradar en todo a Dios, nuestro Padre, a quien debemos servir por amor, teniendo en cuenta que «ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Lc 16,13). Nunca lo olvidemos: «Sólo Dios es Dios» (Benedicto XVI).

viernes, 4 de noviembre de 2011

EVANGELIO DE HOY VIERNES 04-11-2011, XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoy

Día litúrgico: Viernes XXXI del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 16,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ‘¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando’. Se dijo a sí mismo el administrador: ‘¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas’.

»Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ‘¿Cuánto debes a mi señor?’. Respondió: ‘Cien medidas de aceite’. Él le dijo: ‘Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta’. Después dijo a otro: ‘Tú, ¿cuánto debes?’. Contestó: ‘Cien cargas de trigo’. Dícele: ‘Toma tu recibo y escribe ochenta’.

»El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz».

Comentario: Mons. Salvador CRISTAU i Coll Obispo Auxiliar de Terrassa (Barcelona, España)

«Los hijos de este mundo son más astutos (...) que los hijos de la luz»

Hoy, el Evangelio nos presenta una cuestión sorprendente a primera vista. En efecto, dice el texto de san Lucas: «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente» (Lc 16,8).

Evidentemente, no se nos propone aquí que seamos injustos en nuestras relaciones, y menos aún con el Señor. No se trata, por tanto, de una alabanza a la estafa que comete el administrador. Lo que Jesús manifiesta con su ejemplo es una queja por la habilidad en solucionar los asuntos de este mundo y la falta de verdadero ingenio por parte de los hijos de la luz en la construcción del Reino de Dios: «Los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz» (Lc 16,8).

Todo ello nos muestra —¡una vez más!— que el corazón del hombre continúa teniendo los mismos límites y pobrezas de siempre. En la actualidad hablamos de tráfico de influencias, de corrupción, de enriquecimientos indebidos, de falsificación de documentos... Más o menos como en la época de Jesús.

Pero la cuestión que todo esto nos plantea es doble: ¿Acaso pensamos que podemos engañar a Dios con nuestras apariencias, con nuestra mediocridad como cristianos? Y, al hablar de astucia, tendríamos también que hablar de interés. ¿Estamos interesados realmente en el Reino de Dios y su justicia? ¿Es frecuente la mediocridad en nuestra respuesta como hijos de la luz? Jesús dijo también que allí donde esté nuestro tesoro estará nuestro corazón (cf. Mt 6,21). ¿Cuál es nuestro tesoro en la vida? Debemos examinar nuestros anhelos para conocer dónde está nuestro tesoro... Nos dice san Agustín: «Tu anhelo continuo es tu voz continua. Si dejas de amar callará tu voz, callará tu deseo».

Quizás hoy, ante el Señor, tendremos que plantearnos cuál ha de ser nuestra astucia como hijos de la luz, es decir nuestra sinceridad en las relaciones con Dios y con nuestros hermanos. «En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre bien y mal (…). En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse» (Benedicto XVI).