domingo, 28 de agosto de 2011

EVANGELIO DEL DOMINGO 28 DE AGOSTO 2011, DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

Contemplar el Evangelio de hoyDía litúrgico: Domingo XXII (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 16,21-27): En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios».

Entonces dijo a los discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta»
Comentario: Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Sant Quirze del Vallès, Barcelona, España)
«El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga»
Hoy, contemplamos a Pedro —figura emblemática y gran testimonio y maestro de la fe— también como hombre de carne y huesos, con virtudes y debilidades, como cada uno de nosotros. Hemos de agradecer a los evangelistas que nos hayan presentado la personalidad de los primeros seguidores de Jesús con realismo. Pedro, quien hace una excelente confesión de fe —como vemos en el Evangelio del Domingo XXI— y merece un gran elogio por parte de Jesús y la promesa de la autoridad máxima dentro de la Iglesia (cf. Mt 16,16-19), recibe también del Maestro una severa amonestación, porque en el camino de la fe todavía le queda mucho por aprender: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mt 16,23).

Escuchar la amonestación de Jesús a Pedro es un buen motivo para hacer un examen de conciencia acerca de nuestro ser cristiano. ¿Somos de verdad fieles a la enseñanza de Jesucristo, hasta el punto de pensar realmente como Dios, o más bien nos amoldamos a la manera de pensar y a los criterios de este mundo? A lo largo de la historia, los hijos de la Iglesia hemos caído en la tentación de pensar según el mundo, de apoyarnos en las riquezas materiales, de buscar con afán el poder político o el prestigio social; y a veces nos mueven más los intereses mundanos que el espíritu del Evangelio. Ante estos hechos, se nos vuelve a plantear la pregunta: «¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?» (Mt 16,26).

Después de haber puesto las cosas en claro, Jesús nos enseña qué quiere decir pensar como Dios: amar, con todo lo que esto comporta de renuncia por el bien del prójimo. Por esto, el seguimiento de Cristo pasa por la cruz. Es un seguimiento entrañable, porque «con la presencia de un amigo y capitán tan bueno como Cristo Jesús, que se ha puesto en la vanguardia de los sufrimientos, se puede sufrir todo: nos ayuda y anima; no falla nunca, es un verdadero amigo» (Santa Teresa de Ávila). Y…, cuando la cruz es signo del amor sincero, entonces se convierte en luminosa y en signo de salvación.





Evangelio del domingo: Cargar con la cruz
Por monseñor Julián Ruiz Martorell

HUESCA, viernes, 26 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al pasaje evangélico de este domingo, 28 de agosto, XXII del tiempo ordinario (Mateo 16, 21-27), redactado por monseñor Julián Ruiz Martorell, obispo de Huesca y de Jaca.

* * *

Pedro tiene claro que Jesús es el Mesías, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios; pero no puede comprender que el Mesías tenga que recorrer los caminos del sufrimiento y el dolor. Por eso reacciona con fuerza, cuando Jesús empezó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado. Pedro tuvo el atrevimiento de apartar a Jesús del grupo de los discípulos. Nos lo podemos imaginar llevándolo a un lugar donde nadie los pudiera escuchar, para, a continuación, comenzar a corregir a Jesús, a increparlo (dice el evangelio): — ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

La respuesta de Jesús es contundente: — Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.Jesús ha sido enviado por el Padre al mundo, para hacer presente el amor de Dios al que nace y al que muere, al que ríe y al que llora, al que trabaja y al que sueña. Y para cumplir esta misión ha de nacer y morir, reír y llorar, trabajar y soñar. Por otra parte, Jesús ha venido a mostrarnos el camino que nos conduce a Dios, a nuestra propia felicidad. El nos enseñó que ese camino se llama amor, se llama verdad, se llama justicia. Y cuando amamos, a veces sufrimos, cuando tratamos de defender la verdad y la justicia, en muchas ocasiones, toca pasarlo mal. Si Jesús se hubiera retirado al acercarse la cruz no hubiera cumplido su misión, nos hubiera mostrado el camino de la cobardía, de la mentira, del egoísmo.

Pedro no quiere que Jesús sufra. Es normal. Actúa con toda la buena fe. Jesús es su amigo del alma y además es el Mesías. Pedro hace como suelen hacer los padres y madres con los hijos: procuran evitarles cualquier mal rato y oímos decir: “que no sufran, que no tengan que pasar lo mismo que padecimos nosotros”. También tratamos de evitar el dolor a los amigos y solemos proponerles que tomen el camino más sencillo, más fácil. Cuando un matrimonio tiene dificultades abundan los que aconsejan a las primeras de cambio el divorcio. Cuando trabajamos en la parroquia, o en la asociación de vecinos o en cualquier otro compromiso y pasamos algún mal momento, no faltarán quienes que nos digan: - Déjalo, no te mates la cabeza, no seas tonto.

No cabe duda: es bueno evitar el sufrimiento a las personas que queremos. Sin embargo en algunas ocasiones no hacemos bien cuando tratamos de evitar a toda costa que nuestros seres queridos lo pasen mal. El dolor es necesario para crecer, para madurar, para comprender a los que sufren. Sin esfuerzo y sin lucha no hay vida verdadera. Así lo saben los padres y madres de familia, los misioneros, los deportistas... Lo que vale, cuesta, dice el refranero popular. Por eso, Jesús dice a Pedro y a sus discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si no asumimos la cruz tampoco cumpliremos nuestra misión y no podremos ser verdaderamente felices.

Este mensaje del evangelio choca frontalmente con la cultura dominante de nuestra sociedad, por eso es más necesario que nunca recordar las palabras del apóstol: no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

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